domingo, 1 de diciembre de 2013

Lo que dijimos del hermoso libro de Jorge Naparstek


“Un cuerpo deja de ser cuerpo/ como una sábana colgada en la lluvia”

Yo no quiero ni puedo separarme de estos versos,  porque hay en ellos a la vez, una fuerza que tira hacia abajo y hacia adentro iluminando, desde un oscuro centro, todo el libro. No es la de estos versos la salvaje fagocitación apropiada y efectista a que nos tiene acostumbrados lo que con mucho desparpajo llamamos la poesía moderna, contemporánea, posmoderna, pos algo. Es mucho peor: es la palabra que, a fuerza de ser verdad y carnadura, deja de ser palabra y comienza a ser algo más. Angustia de ser, de haber sido, de estar dejando de ser. Una angustia no en estado de efervescencia y radiación, sino el después de sí misma, una angustia desmantelada, extrañada de sí, vuelta inocencia, simpleza, palabra gravísima dicha clara y precisamente, teñida del desliz de la ironía. Duele, esta simpleza. Porque sabemos que para escribir esto ha sido necesario haber recorrido el pasillo de la sombra.

Tocar el cuerpo, ser tocado, determinar el lugar del cuerpo, el momento en que eso empieza a correrse de ahí y ser otra cosa, el instante de transfiguración, la Eurídice que habita la carne en que habitamos, dispersos, ignorantes, el lento pero inexorable y radical tiempo en que empezamos a –piel tras piel- irnos. Pero ¿cuándo, cómo o por qué? Si el cuerpo, en Naparstek, es el punctum, el axis a partir del cual se desarrolla la experiencia de la vida, y aún más y sobre todo, la experiencia de estos poemas. No es difícil encontrar en Rojo de tanto girar una organización de lo vital a través de lo sensorial: el oído, el tacto, lo visual, todo parece conjugarse para hacer camino a una interpretación del poemario que roce con sutileza cierto sensualismo a lo Condillac. Desde que pasaste por aquí/ el sol cambió de ventana/ tus ecos recorren el jardín/ la caricia de una luz lenta/ los mantiene a flote.

  Pero hay algo que entra a desmentir este sensualismo sesgado, no sólo porque este poema de tono amoroso constituye una excepción en el conjunto, sino que en algún punto descubrimos que lo que puede conocerse –que aquello que de hecho se conoce-  está intervenido por algo que tiene que ver con la ciencia ficción, con el extrañamiento del mundo, con la volatilidad y el desconcierto de una percepción que se interpela a sí misma e interpelándose construye un yo igualmente volátil, igualmente fragmentado, afantasmado.

Es posible, entonces, en este momento, recordar a Nietzsche, cuando dice en su artículo Sobre verdad y mentira en un sentido extramoral, que “…La "cosa en sí" (esto sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto para el creador del lenguaje.” De manera que la verdad en este libro de Naparstek, si es que perseguimos alguna, es, como todas, naturalmente íntima y cerrada sobre sí como un erizo y por momentos, sólo a él parece responderle ese hermetismo, esa dura caja en que el significado de algo parece resolverse, alumbrarse un instante, para luego volver a ser en sí un misterio, el misterio que representa toda genuina obra poética. A esta sensación, hay que agregarle el trabajo curioso que realiza el autor respecto al encadenamiento de versos, al aura de una palabra que creíamos perdida o caída en el sentido pero que el verso posterior retoma e ilumina, al juego singular con la música, a la posibilidad de ceder, con maestría, espacio, en igual medida, al sonido y al silencio, creando efectos raros, ordenando y a veces, por qué no, desquiciando al lector domesticado periscopio en mar hostil/ el enemigo duerme/ en el fondo de la pecera/ sueña guerras/ armado con fuego y viento/ enemigo es el que finge dormir/ mientras reseca el sueño ajeno/ una vela se apaga en la azotea./ puertas y ventanas vacilan/ a esta azotea sin reina/ ni siquiera llega el ascensor.

De otra característica de algunos poemas de este libro me gustaría reflexionar: la pregunta retórica, dispuesta, en ocasiones, a la mitad del texto que provoca la contaminación del sentido general  del poema y también, por qué no, su desquicio: “habrá paz ahí?”, “¿cuánto más resistiré?”, “¿final?”, “se mira así, ¿o así?”. En el transcurrir del poema, una pregunta puede representar una fractura. No la negación explícita del significado total del poema, antes bien, una cumbre del significado. Su parte especular, el momento más hermético y por tal, el más pleno, echando sobre la palabra la luz más antigua del mundo: el deseo de saber y la impotencia del misterio recreándose y recreándose: “la cabeza entre las manos/ las manos entre las piernas/ ahora cavo túneles/ los lápices se me caen de las manos/ mi cuerpo las sigue/ me gustaría saber/ pero escribo poesía”

 

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Matemos al caniche que todos llevamos dentro.

jueves, 7 de noviembre de 2013

071113

ahí les dejo eso, porque hay que soltar, dicen

el oscuro trapo de la dicha


ir hacia dónde, mirar, perder,

ser perdido, olvidado,

traicionado, a veces



también


morder la pena


esta casa, verás, estuvo llena de fe


la llenaron de ruido las palomas

sentó sus manos la virgencita celeste

a veces

me dijo cosas o yo

le dije, pidiéndole, no sé

naderías


me fue dado, a veces, sí, también,

el mendrugo del alma, y todo

pareció estar bien

sonreír

ser fresco


pero después, ah, el después


no viene con constancia la dicha


es un pez pequeñísimo de mil ojos, la dicha,

y nada el mar

lo nada, y sabe, y mira mira mira

tu sola mano ansiosa y pobrecita

buscándolo y buscándolo

en la azul eternidad del tiempo


verás al pececito una vez, dos veces,

su iridiscente reflejo, su ser pez entre

los peces, lo verás ir

aquí para allá, comer

las mariposas, llenarse los mil ojos

de sol, romper

el duro y salado oleaje


muy a veces, en sueños, su rosada carne

su pacífica carne

aleteará cerca tu corazón


pero luego luego llegará la fiebre

la podredumbre de la fiebre

y el después del después


y tendrás la sed, la sed que no sacia el aguita salada

del mar interminable

tendrás la gran sed

la fiebre

sábado, 6 de abril de 2013

040413


nos haremos viejos, no será fácil deshacernos

del terror a la inconsistencia

del mundo

 

tengo miedo a esta niebla, amor,

te diré un día, mientras, tanteando

con la mano tus ojos, querré

ver, una vez

no más de una vez

lo que has visto

 

atrás van a quedar los viajes, el fuego

de los viajes

el arco tornasol de las selvas caribes

los pájaros exóticos que no debíamos fotografiar

porque en el resplandor inaudito de los flashes

el ave caía del árbol

 

¿así ha de ser mirar a Dios?

 

un relámpago que alumbra y, cegados los ojos,

caer sin previsión alguna, caer

no en su gracia, ni

inversamente ascender hacia algún paraíso

sino simplemente

caer

 

en la hojarasca del tiempo

solos y pesados

en la plenitud de la belleza

 

todo ardor, todo

desconcierto

la carne